Microsensores que hacen hablar a los alimentos.
La miniaturización que brinda el Internet de las cosas abre un mundo de posibilidades en la cadena alimenticia.
El ritual de ir al mercado y comprobar si el pescado está fresco por medio de detalles como el color de los ojos o las agallas podría tener un competidor mucho más científico. Quizá en unos años nos baste con sacar el teléfono móvil para recibir toda la información acerca del grado de frescura de los diversos alimentos. Y no solo si una lubina está recién pescada, sino si se ha roto la cadena de frío en algún momento desde su pesca. La tecnología para hacer esto realidad se basaría en los microsensores desarrollados por un equipo de científicos suizos.
Los investigadores de "ETH Zúrich", un veterano centro de innovación universitaria fundado en 1855, ha desarrollado un prototipo de microsensor que, con un reducido tamaño de 16 micrómetros entre 5 y 10 veces menor que un pelo humano, se puede incorporar en los alimentos sin riesgo para la salud. La clave está en su composición biodegradable y biocompatible. Partiendo de un filamento eléctrico compuesto de magnesio y dióxido de silicio y nitruro que a su vez está encapsulado en un polímero compostable de fécula de patata y almidón de maíz, el equipo liderado por Giovanni Salvatore ha desarrollado una tecnología que se disuelve sin dejar rastro en el plazo de días. Sin embargo, durante su vida útil puede revolucionar la forma en que procesamos, transportamos y distribuimos los alimentos.
Salvatore, que ha publicado el artículo en la revista Advanced Functional Materials en colaboración con un grupo de investigadores, pone el ejemplo del transporte del pescado. Los nuevos microsensores podrían utilizarse para comprobar que el pescado traído de Japón a Europa ha mantenido la temperatura adecuada durante todo el trayecto. Al llegar a su destino, los microsensores emitirían de forma inalámbrica una especie de cuaderno de bitácora acerca de las condiciones de frío. Luego, al consumir el pescado, los sensores se disolverían sin dejar rastro. Con el grosor y tamaño actual, se mantienen operativos durante un día entero, aunque se podría aumentar su autonomía cambiando el grosor del polímero. Otra de las ventajas de esta tecnología es que los sensores pueden doblarse o estirarse sin perder su funcionalidad.
En estos momentos, como fuente de alimentación se utiliza una microbatería conectada por medio de cables ultradelgados y biodegradables. El sistema tiene un microprocesador que transmite todos los datos de temperatura vía Bluetooth. Sin embargo, en ETH ya están trabajando en una fuente de energía integrada y biodegradable que permita prescindir de la antedicha unidad externa en un futuro cercano.
Los microsensores biodegradables no están limitados al pescado, sino que también pueden emplearse en otros alimentos perecederos como frutas y verduras. Y es previsible que, además, un día ofrezcan información acerca del grado de maduración de los alimentos midiendo los gases que liberan, tal como estas etiquetas inteligentes. Todo ello contribuirá a una mejor salubridad de los alimentos, pero también a una administración más racional y eficaz de los recursos.
Como se puede ver, ni siquiera los alimentos escapan al ecosistema de dispositivos conectados a Internet de la era post-PC y que promete un mundo hiperconectado digitalmente incluso a escala microscópica.
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